No hace mucho le regalaron a Alma el libro de Maternidades cuir, publicado este mismo año en la editorial Egales. Como buena ratona de biblioteca, no pude resistirme a hojearlo en cuanto lo vi. Tras leer las primeras páginas, sin embargo, mi curiosidad inicial se convirtió en obsesión: lo devoré en apenas tres bocados, con el ansia que solo me generan las lecturas radicalmente significativas. Y es que apenas necesité unas líneas para entender que el libro hablaba de mí, de nosotras, de la increíble pero cierta aventura que es la maternidad lesbiana.
Desde mi más tierna adolescencia, el comienzo del verano ha estado asociado a un rito ineludible que, año tras año, me he visto obligada a realizar con abnegación: depilarme. Una vez culminado el sacrificio, ya sea a finales de mayo o a mediados de julio, obtengo a cambio el permiso social para disfrutar de ciertos privilegios veraniegos, como ponerme camisetas de tirantes y pantalones cortos, o exhibir mi cuerpo semidesnudo en lugares públicos, con el objetivo principal de tomar el sol y bañarme.
Uno de mis planes estrella para esta primavera era plantar un pequeño huerto en las macetas. Quería compartir contigo todo el proceso: comprar la tierra, llenar las macetas, abonar, sembrar, regar, cosechar... Me parecía valioso que participaras de todo ello, no solo por los aprendizajes que implica (el ciclo vital, los cuidados, las redes alimenticias, habilidades de horticultura sencillas...); sino, sobre todo, por el vínculo: esa riqueza emocional que tantas veces menospreciamos.
Partiendo de varias conversaciones espontáneas y sin apenas darnos cuenta, unas compañeras de trabajo y yo hemos elaborado un plan detallado de lo que sería nuestra rutina ideal. Compartimos la circunstancia de encontrarnos en el fragor de la crianza y lo tenemos claro: nuestro mayor deseo es pasarnos las mañanas en chándal.
Tu llegada al mundo prendió la mecha que consumió mi vida tal y como la conocía. Aquella primera chispa se transformó de improviso en un virulento incendio que lamió cada rincón de mi existencia. Durante un tiempo que me pareció eterno, mis pies no encontraron más reposo que una gruesa alfombra de cenizas y rescoldos brillantes.