El rito de todos los veranos
Desde mi más tierna adolescencia, el comienzo del verano ha estado asociado a un rito ineludible que, año tras año, me he visto obligada a realizar con abnegación: depilarme. Una vez culminado el sacrificio, ya sea a finales de mayo o a mediados de julio, obtengo a cambio el permiso social para disfrutar de ciertos privilegios veraniegos, como ponerme camisetas de tirantes y pantalones cortos, o exhibir mi cuerpo semidesnudo en lugares públicos, con el objetivo principal de tomar el sol y bañarme.