Esta entrada va sobre ti

Desde que escribía en Encantada, siempre que te cuento que he publicado una entrada nueva me haces la misma broma: «¿Va sobre mí?». Me lo preguntas para reírte de tu presunto egocentrismo, claro, pero también porque es un hecho demostrable que casi nunca escribo sobre ti.

En realidad, has estado y estás presente en todas mis bitácoras, como una constante que permea cada una de mis palabras, hasta el punto de que, en ocasiones, según te confesaba el otro día, me resulta difícil hablar solo desde mí. Por extraño que parezca, hay veces, incluso, en que hablar desde mí me hace sentir como si te excluyera. Como si no te reivindicara lo suficiente, que es una labor a la que he dedicado las mejores fuerzas de mis mejores años.

Tu presencia en este blog, sin embargo, ha sido diferente a la de los anteriores. Si algo ha marcado algunas de mis entradas, quizá el conjunto de varias de ellas, ha sido tu ausencia. Tal vez no me creerías si te contara cuántas veces he empezado a escribir aquí sobre ti. Es evidente que formabas parte irrenunciable de las primeras entradas, esas donde me presentaba y presentaba mis circunstancias. Ahí, de manera casi obligada, tenías que aparecer tú. Pero el tiempo pasaba y las palabras no fluían: se quedaban atascadas, siempre, después del título, después del primer párrafo.

Pero, ¿por qué? ¿Acaso no debería resultarme sencillo escribir sobre la persona con quien comparto amor, vida, crianza, cama? ¿No podría haber resumido, simplemente, los últimos años de nuestra relación para explicar quién eres, quiénes somos? Hoy, que redacto estas líneas desde un lugar mucho más sereno que los que he habitado en los dos últimos años, se me ocurren millones de formas tontísimas de salvar la situación. El problema es que ni mi escritura ni yo funcionamos así.

Hace poco me sugeriste que mis blogs no tenían por qué reflejar la realidad. Que, escribiendo desde mi perspectiva, puedo contar mi historia como prefiera, incluso aunque no haga honor a la verdad. Fue solo una anécdota dentro de una conversación muy difícil, donde te di la razón aunque no me gustara lo que me estabas diciendo, aunque me cayera como un jarro de agua helada que me dejara temblando durante varios días. Pude hacerme cargo de ello y lo hice; pero lo que no podía ni puedo tolerar es lo que insinuaste sobre mis blogs.

Nunca he escrito ficción en ellos. Puede que haya dejado caer un par de detalles falsos para salvaguardar mi intimidad, porque pertenezco a una generación, quizá a una clase mental, que no concibe la idea de exponer el cuerpo entero en Internet. Puede que no escriba sobre todo, absolutamente todo, lo que me pasa, lo que pienso y me ocurre. Escojo los temas: a veces con un objetivo concreto; a veces, porque no me da tiempo a escribir sobre todo lo que quisiera; y, a veces, simplemente, porque sí. Pero lo que he contado a lo largo de todos estos años lo he contado haciendo un escrupuloso honor a la verdad.

Porque para eso escribo. Para conocer, para entender, para construir, para compartir. No puedo basar ninguno de esos caminos en una mentira. Si hay algo que no quiero contar, no lo cuento y punto. ¿Me hago autocensura? Probablemente sí. ¿Debería dejar de hacerlo? Tal vez. Pero ese es un tema distinto. Cuando me desnudo en la escritura, lo hago sin trampa ni cartón. Es una desnudez que hiere, que cuesta. Escribir desde ella no es cómodo para mí. Cada palabra me transforma, me actualiza, me deja a merced de la lectura ajena. Y está bien, es lo que he elegido. Podría haber escogido el dignísimo camino de la ficción; pero, hasta el momento, no ha sido así.

Por todo ello, me ha resultado muy difícil escribir sobre ti en este blog. Porque, de manera intermitente, me he visto atrapada en lugares desde los que me negaba a hacerlo: el dolor, el rencor, el bloqueo emocional, la incomprensión. No era justo. No, al menos, para una primera entrada donde mostrar quién eres tú para mí. Porque tú no eres solo lo que has sido en esos páramos hostiles que me ha costado tanto atravesar. Porque tú, y yo contigo, hemos sido y somos mucho más.

Por eso, cada vez que encontraba un asidero, una perspectiva comprehensiva que me permitiera escribir sobre lo que significas en mi vida, procuraba aprovechar el tirón para encontrar las palabras que necesitaba. Pero siempre duraba poco, demasiado poco. Al final, volvía a caer, perdía de nuevo el rumbo: me dejaba invadir por el miedo a que lo que explicaba, en el mismo instante en que lo escribía, estuviese dejando de ser verdad.

Desde que escribía en Encantada, arrastro un defecto del que, aunque soy consciente, todavía no consigo desembarazarme. Es una obviedad que, cuando escribes autobiografía, careces de control alguno sobre la trama: la historia que relatas no es tuya, solo te ocurre a ti. Pero a veces, sin darme cuenta, yo trato de contar el relato que me gustaría vivir. Intento encaminar la acción hacia un punto que para mí tiene sentido, una especie de «fin de fiesta» donde se descubre que todo ocurría por algo y que todo estaba bien. Y aunque la perspectiva de vivir la propia vida como si fuera una novela me parece cada día más interesante, la vida, como género narrativo, no funciona así.

En este sentido, sé que debo acostumbrarme a escribir desde lugares incómodos. Sé que solo puedo reproducir mis tramas vitales, que no las dirijo ni comprendo, que otorgarles sentido puede estar en mi mano, pero no de la manera en que a mí me gustaría. Y sé que todo ello se aplica especialmente a nosotras, en este momento de nuestra vida en común. Lo sé, lo asumo, estoy comprometida con ello y hasta me parece bien. Pero necesitaba un punto de partida que nos abarcara de alguna manera, que no mostrara un peldaño, sino la escalera entera. Y cada vez que creía haberlo encontrado, lo volvía a perder.

Sin saber nada de todo esto, hace poco me pediste que te dedicara una entrada. Cumplíamos quince años juntas y escribir sobre ti sería una especie de regalo. A mí me pareció la ocasión perfecta: escribir sobre nuestro aniversario era un motivo estupendo, una oportunidad fantástica para desbloquear todo lo que tenía que decir. Había encontrado la entrada, por fin.

Entonces volví a caer. Dolor, inseguridad, un vacío frente a mis ojos. Otra vez esa isla extraña desde la que no quiero hablar de ti. Habrá quien opine que eso también somos nosotras, y tendrá razón. El problema no es que no lo seamos. El problema es que no es todo lo que somos ni lo que hemos sido. El problema es que no hace un completo honor a la verdad.

¿Y qué somos nosotras? ¿Qué hemos sido? Anoche, que quizá es hace muchas noches, hablábamos sobre ello. Lo que fuimos, lo que somos, lo que seremos.

Tú eres la única mujer de la que me he enamorado sin barreras. La única a la que he besado, la única a la que he llevado conmigo y he acompañado a todas partes. O a casi todas. Eres la persona con quien empecé a vivir cuando dejé la casa de mis padres. Junto a ti me convertí en una adulta, junto a ti atravesé los pantanos de la depresión y la infertilidad. Fue tu nombre el que grité la noche en que rompí aguas, eras tú quien me acompañaba mientras nuestra hija nacía, quien me sostuvo mientras nuestra vida se transformaba en algo que pronto dejamos de reconocer.

Anoche me preguntabas por qué. Por qué tú y no otra cualquiera. ¿Acaso no existe una opción mejor? No estoy segura de que esa pregunta tenga respuesta. Ni de que importe. No me parece que amar consista en elegir entre un muestrario de colores. Tampoco creo que enamorarse sea imaginar la opción perfecta y tratar de encontrarla. Ni el hecho improbable de que existiera podría asegurarnos que fuera la mejor opción. Porque las tramas de nuestra vida no están en nuestras manos, y porque los personajes reales que somos las personas no son el producto de ninguna imaginación.

Para mí, lo importante es que, de hecho, ha sido así. Y que lo ha sido desde la alegría y el amor.

Nuestra historia no ha estado exenta de dificultades. Empezando por los miedos, las inseguridades, la ceguera, los egoísmos. Por la (in)madurez de los veinte años. Siguiendo por la homofobia, dentro y fuera de nuestras conciencias. Y todas las dificultades de la vida cotidiana. ¿He llenado muchas entradas con ellas? No, no lo he hecho. Quizá debería. Quizá, si tuviera más soltura con esto de los lugares incómodos, si no me resultara tan catártico asumirlos desde la escritura, esta entrada no habría tardado tanto en llegar.

Hoy nos enfrentamos a nuevos retos. Nuestra relación atraviesa un periodo de deconstrucción como nunca antes lo habíamos vivido. A veces, fluye como un manantial buscando su curso; otras, es un tsunami que arrasa con todo. Sé lo que hemos sido estos quince años. Me ha costado encontrar las palabras para hablar de nosotras hoy. No sé lo que seremos mañana.

Pero, como me decías anoche, ese anoche de hace tantas noches, a veces brilla una certeza entre todas las dudas. Qué importa por qué cuando es así y es bueno. Qué importa por qué cuando es desde el amor. El amor, eso que tantas veces nos hemos preguntado si sería suficiente. El amor, su reluciente verdad, es lo que nos sostiene todavía. Desde el amor, podemos imaginar un futuro mientras apuntalamos nuestro presente. Desde el amor, he encontrado las palabras para esta entrada, que va sobre ti pero también sobre mí, sobre nosotras, sobre escribir y sobre el amor.

El compromiso que adquirimos con aquellas veinteañeras que se pasaban horas abrazadas es hoy más fuerte que nunca: no dejaríamos que nuestra relación se convirtiera en una inercia, la construiríamos conscientemente, sin asumir convencionalismos que no tuvieran sentido para nosotras. Si pudiera volver atrás, no obstante, les diría que se preparasen para enfrentar todo tipo de dificultades. Para atravesar océanos emocionales cuya inmensidad ni siquiera pueden imaginar.

Amar es arriesgado: lo he comprobado una y otra vez a lo largo de estos quince años. Sin embargo, hoy, mientras escribo estas palabras, vuelvo a sentir esa certeza que me ha iluminado los caminos más oscuros. Y renuevo mi confianza en nosotras, porque sé que lo hago desde el amor.


Y tú, que lees estas palabras, ¿crees que merece la pena apostar por el amor, a pesar de sus imperfecciones, a pesar, incluso, del dolor?

Gracias por compartir tu opinión, sobre este y otros temas, a través de los comentarios o en tu propio blog o red social.

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Galerista
Galerista
3 years ago

Hola, te sigo desde tu blog «Con unas alas enormes», y siempre me ha encantado leerte! Gracias por escribir desde los lugares más recónditos del corazón, sacas a la luz reflexiones que a mí, desde luego, me mueven internamente. Tenemos muchas cosas en común, y me reconforta leerte y saber que hay gente viviendo situaciones similares.. Solo puedo darte las gracias por ser tan generosa y compartir tanto!

Galerista
Galerista
3 years ago
Reply to  remelatorre

Hola de nuevo! Pues no escribo ningún blog,( soy muy mala escribiendo ) pero me gusta leer e inspirarme con blogs como el tuyo!

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