La vida era esto

Cuarentena. Hace diez días que no salgo de casa más que para sacar la basura. De pronto, la sucesión de acontecimientos a la que llamábamos «vida» se ha desgarrado y, a través de los jirones que restan, observo lo que hay al otro lado. Eso que parece resistir al cataclismo; eso que, cuando todos nuestros cimientos se tambalean, consigue mantenerse en pie. Y siento que debo abrir bien los ojos, memorizar con el cuerpo, antes de que el tejido tramposo que nos rodea regrese a la opacidad a la que nos tenía acostumbrados. Antes de caer, de nuevo, en la ceguera.

Enfermedad, vida y muerte. Esas son las verdades de nuestro cuerpo. Días y noches sucediéndose. Lentitud, calma, un incómodo silencio, apenas quebrado por sonidos que, como novedad, no son nuestros. Los ritmos de la Naturaleza siguen su curso, y nosotros, espectadores y partícipes como quizá nunca lo habíamos sido, tratamos de acompasarnos. Nuestros cuerpos nos ayudan, a veces: con menos hambre, con más sueño. Pese a la crispación de nuestras mentes, ellos se van relajando, poco a poco. Regresan a un estado que nos pertenece, aunque no lo supiéramos.

Refugio. Reconocerlo, buscarlo, encontrarlo. Entender que todos, antes o después, vamos a necesitarlo. Que nadie atraviesa solo la adversidad, que todas las manos son pocas. Descansar en ese círculo de seres que, conocidos o no, desde la cercanía o la distancia, nos arropa. Cuidarnos, proteger a los más débiles. Sentir el miedo que nos paraliza, notar el riesgo en nuestros vientres. Y a continuación, un coraje que desconocíamos para enfrentar lo más sencillo. Cosquillas, risas y juegos para los más pequeños. Abrazos temblorosos entre los adultos, manos que se encuentran en la oscuridad, dedos que se entrelazan. La verdad de nuestra especie, vulnerable como ninguna, resistente como pocas.

Agradecer los alimentos, el fuego del hogar, el agua que se desliza por la espalda, que se precipita entre las piernas. Sentir, más intenso que nunca, el privilegio que representan. Comprender, de una vez para siempre, lo que significaría carecer de ellos. La angustia, la desesperación, el daño profundo, irreparable. Entender, por fin, la diferencia entre lo necesario y lo superfluo. Desear, exigir, la presencia de lo primero; detestar, soñar con destruir lo segundo. Para ti y para mí. Para todos. Porque ya no hay diferencias entre aquí y allí. Porque alguna vez oímos eso de que todos éramos uno, pero ahora lo sabemos.

Porque la vida no era ese decorado falso cuyos mimbres podridos han quedado expuestos.

Porque la vida era esto.


Y tú, que lees estas palabras, recibe de mi parte toda el ánimo, toda la fuerza, para superar esta pandemia 🙂

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