Escribir es tirar del hilo. Desmadejar un ovillo para que fluya la narrativa. Que la historia resultante sea real o ficticia constituye un detalle sin importancia. La vida se desenvuelve como una novela y, como tal, puede ser escrita.
La propia existencia de ese hilo presupone una sucesión de acontecimientos ordenados. La naturaleza de tal orden es indiferente, pero debemos encontrarlo para poder deshacer el ovillo. En cada uno de los blogs que he escrito hasta ahora, he respetado escrupulosamente esa norma: jamás he ideado las entradas de manera individual, sino en pequeños grupos que me permitieran vislumbrar un conjunto coherente, un todo ordenado.
He aquí, sin embargo, una paradoja: cuando la narración es simultánea al devenir de la vida, tiramos de un hilo que desmadeja un ovillo que todavía no existe. La historia aún no ha tenido lugar cuando ya la estamos narrando, de manera que apenas podemos otear en el horizonte el siguiente grupo de entradas, desconociendo por completo hacia dónde nos quieren llevar.
Aun así, cuando el cabo es firme, tirar del hilo es posible. En algún momento puede que necesitemos deshacer algún nudo, aflojar un enredo, pero la narrativa fluye y el siguiente grupo de entradas parece conformarse solo en cuanto terminamos de escribir el anterior. Sin conocer la historia que contamos, podemos, no obstante, tirar del hilo e irla tejiendo al otro lado de la escritura, donde se forma el tapiz de lo ya vivido.
Cuando comencé a escribir este blog, creía tener un cabo firme. De hecho, por miedo a que fuera un espejismo, lo planeé durante meses, escribí numerosos borradores, incluso entradas completas, hasta ser capaz de vislumbrar ese todo ordenado. Al poco de empezar, sin embargo, perdí el cabo. La vida se volvió extraña y, durante mucho tiempo, no hice más que desmadejar mi ovillo de cualquier manera, tirando de todas partes hasta dejarlo convertido en un simple lío.
Así es la vida. Y, consecuentemente, así es también su escritura. Tardaré tiempo en saber qué historia estoy contando, es posible que nunca llegue a conocerla por completo, pero hace ya muchos meses, sin embargo, que he encontrado un cabo nuevo. Tirando un poco del hilo, he llegado a saber cuáles son las entradas que tengo por delante. Pero apenas empiezo ahora a escribirlas. Porque además de saber lo que tienes que escribir, tienes que querer (y poder) tirar del hilo.
En realidad, no cabe mucho libre albedrío cuando la escritura, como es mi caso, resulta una compulsión. Si no escribo, la vida se me pudre por dentro, empiezo a no entender nada, a veces no consigo ni siquiera pensar. Escribir airea mi alma, deja una estela de experiencia, me permite sentirme viva y saber que he vivido. Aunque no haya nada por delante, aunque solo lleguemos hasta hoy.
Pero todavía he de encontrar las palabras, el tono, ese equilibrio imposible entre lo público y lo íntimo, entre razón y emoción, entre literatura y carne. No quiero escribir de cualquier manera. Sueño con un hilo limpio, luminoso, fuerte, con el que tejer un relato que esté a la altura de lo vivido. A la altura de ese ovillo limpio, luminoso y fuerte que es la historia de mi propia vida.