Convertirse en un referente

El hijo adolescente de una de mis vecinas es gay. Durante un tiempo, preferí no identificarlo como tal porque no quería hacerlo basándome exclusivamente en su pluma: conozco una cantidad impresionante de hombres heterosexuales que tienen mucha, así que no me gusta precipitarme. Pero cuando mi mujer lo vio dándose el palo con otro chico, las dudas (y la prudencia) se disiparon de golpe.

El otro día, volviendo del trabajo, me lo encontré en el ascensor. Iba con una compañera de clase. Subimos envueltos en ese silencio incómodo de los espacios pequeños y, al bajarme un piso más arriba que ellos, los oí cuchichear:

Esa era…

En otras circunstancias, me habría preguntado qué decían sobre mí, pero, en este caso, no tuve ninguna duda. Esa era una de sus vecinas lesbianas. Esa era la que se quedó embarazada de la niña. Esa, a la que conoce desde que era un crío, cuya circunstancia nunca le pasó desapercibida, y que, ineludiblemente, se ha convertido en uno de sus referentes.

Esta última idea me atravesó mientras entraba en casa y me hizo sonreír.

El periodo en que descubrí mi propia orientación sexual fue una época de gran ensimismamiento. Me enfrenté a situaciones tan dolorosas para mí que, durante años, apenas fui capaz de ver más allá de mi ombligo. Lo último que se me habría pasado por la cabeza entonces era que yo, con todas mis inseguridades, miedos y dificultades, pudiera convertirme en referente para nadie.

Sin embargo, no nos convertimos en referentes porque así lo decidamos, ni porque otra persona nos escoja deliberadamente. Es un proceso que ocurre sin voluntad por ninguna de las partes, gestándose en nuestras mentes sin permiso alguno. Cuando mi vecino gay piense en una familia homoparental, o incluso en una persona homosexual adulta, verá nuestros rostros. Puede que vea también otros, reales o ficticios, o puede que no. Pero nosotras, sin ninguna duda, estaremos allí.

Este hecho no implica que nuestra referencia sea positiva. Quién sabe: tal vez en su casa nos pongan verdes cada dos por tres y nuestro vecino tiemble de rabia… o asienta entusiasmado. Tampoco creo que perciba mucha homofobia en su entorno más cercano cuando se da el palo con su novio en el portal de casa, pero una nunca sabe las corrientes de fondo que hay en las mentes ajenas, y menos a esas edades.

Lo que sí tengo claro es que contar con, al menos, un ejemplo de normalización cercano (y me refiero a toda la normalización a la que podemos aspirar los a-normales) le dará la oportunidad de construir a partir de donde nosotras lo hemos dejado. Ya no tendrá que preguntarse si el hecho de ser homosexual le va a permitir tener una vida como la de los demás: lo sabe. Puede tener la misma vida, aburrida o no, que sus padres: pareja, casa, trabajo, coche e, incluso (aunque ser gay no es ser lesbiana), hijos.

Quizá no la quiera. Quizá desee una vida alternativa. Y será estupendo que la viva. Pero no es lo mismo verse obligado a ello porque la vida normal te está vedada, que escogerlo. Y él puede escogerlo, porque sabe que la vida normal es posible. Y no lo sabe porque no-sé-qué famoso con no-sé-cuántos millones de dólares lo haya conseguido. Él lo sabe porque ha crecido con el ejemplo de sus vecinas de arriba. Positivo o negativo, al menos el ejemplo existía.

La mayoría de las personas homosexuales no hemos tenido ese privilegio. Yo crecí sin ningún referente homosexual; ni siquiera tengo claro cuándo descubrí que la homosexualidad era algo. Las primeras personas homosexuales con las que traté en mi adolescencia y juventud tenían mi misma edad, y se preguntaban, como yo misma, si su proyecto de vida era siquiera posible. Personalmente, he invertido mucho tiempo y mucho esfuerzo en convencerme de que así era. Y estoy segura de que todo ello habría sido más fácil si en el piso de arriba hubiera vivido una familia homoparental visible.

La rotundidad de este hecho me anima a plantearme la posibilidad de extender mi radio de referencia más allá del vecino de abajo. Trabajo con adolescentes y entiendo la diferencia que algo así marcaría en sus vidas. Habrá quien piense que, en la actualidad, tienen muchísimos referentes, que ya no es como antes; pero yo discrepo. Insisto en la idea de que un personaje en una serie o un famoso de Internet, si bien es mucho más de lo que tuvimos quienes nos criamos en el siglo pasado, no es suficiente. Porque no es real. Y tampoco es normal, en el sentido más aburrido y sencillo de la palabra.

Sé que no soy la única mujer lesbiana del mundo ni tampoco mi familia es la única familia con dos madres: no siento el peso del universo sobre mis hombros, pero eso no implica que mi aportación sea despreciable. Cualquier ejemplo cotidiano es valioso, y más en un momento como el actual. Tampoco es que viva escondida, como pude hacer en muchos momentos del pasado: el ejemplo de mi vecino es una muestra de mi visibilidad. Sin embargo, reconozco que no me muestro activamente, o no todo lo activamente que podría, en ambientes que todavía evalúo como hostiles. En esos casos, procuro no exponerme más de lo necesario, aun sabiendo que no soy la única víctima potencial de esa hostilidad. Y, sobre todo, que no soy la más vulnerable: de ahí que me plantee si no me habré acomodado demasiado y debería volver a ampliar mi margen de (in)seguridad.

Como si de una fuga de agua se tratara, la idea lleva ya tiempo recorriendo mi interior, buscando la manera de salir a la luz, de materializarse en algo concreto. Todavía no sé qué forma tendrá ni cuándo ocurrirá, pero cada día estoy más segura de que terminará pasando. Porque el agua, como la vida y la verdad, sabe encontrar su camino, conquistar los terrenos más difíciles y saciar nuestra sed.


Y tú, que lees estas palabras, ¿qué opinas sobre la posibilidad de convertirse en un referente? ¿Consideras que exponerse es demasiado arriesgado? ¿O, por el contrario, piensas que deberíamos considerarlo casi como una obligación moral hacia las personas más vulnerables?

Gracias por compartir tu opinión, sobre este y otros temas, a través de los comentarios o en tu propio blog o red social.

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Luli Lulita
Luli Lulita
4 years ago

Pues la verdad es que nunca me lo había planteado. He llevado una vida bastante normal y aburrida para ser referente de nadie, creo yo, pero me encanta ver referentes de otras vidas, de otras elecciones, de la misma libertad y normalidad que las mías. Un abrazote

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