Canas

No son las primeras. Antes de ellas hubo otras: en la cabeza, en las cejas, en el pubis. Las contemplé curiosa, las arranqué con saña, corrí desnuda a enseñárselas a mi mujer.

Eran tan solo ensayos que mi cuerpo llevó a cabo a lo largo de los años. Las de ahora, sin embargo, constituyen el preludio de una gran obra. Han venido para quedarse y solo pueden ir a más.

Tengo el empeño de llegar a amarlas. De superar ese nudo de pánico con que atenazan mi garganta, de ser capaz de aliarme con ellas. Porque estoy profundamente convencida de que podemos ser grandes aliadas.

Las canas son un signo de madurez física que, a su vez, puede implicar madurez mental, emocional, vital. Y todo eso junto tiene que ser bueno. Así que, ¿cómo pueden asustarnos? Pues porque todo eso es bueno, excepto si eres una mujer.

Al Patriarcado no le interesa que maduremos, porque una mujer madura es poderosa. En el caso de las canas, además, ha previsto el castigo para las que se atrevan a desafiarlo. Porque, ¿qué vemos cuando miramos a una mujer con canas? Vemos fealdad, vemos desaliño. Una mujer con canas es la vieja, la loca, la bruja. Nunca una mujer empoderada.

Resulta sencillo comprobarlo en numerosas parejas hetero. Ellos lucen sus primeras canas con naturalidad, como signo de madurez. En su defecto, incluso, pueden lucir una empoderada calva. Ellas, por el contrario, llevan el pelo impecablemente teñido, procurando esconder lo que sus parejas tienen derecho a mostrar sin ser penalizadas por hacerlo.

Pero no se trata solo de grandes conceptos, de batallas que resultan abstractas. El estigma de las canas femeninas tiene consecuencias en nuestra vida cotidiana.

Teñirse el pelo supone emplear tiempo en ir a la peluquería y dinero en los tintes. Hacerlo en casa, también, aunque resulte más barato. Teñirse el pelo implica, asimismo, una carga mental por el hecho de tener que teñírselo: no solo hay que planearlo, sino también luchar contra la vergüenza de no lograr hacerlo a tiempo (y sufrir la ignominia de llevar «raíces») o la angustia de no lograr hacerlo bien (y que, por ejemplo, no resulte «natural»: porque debes ir teñida, pero sin que se te note).

Dejarse las canas ahorra tiempo, dinero y, sobre todo, carga mental: tres cosas muy valiosas para las mujeres. Y por eso yo querría ser capaz de dejármelas.

A mi favor tengo el hecho de estar cerca de los cuarenta: creo que los signos de la madurez no se viven igual cuando van desfasados con la edad. Me refiero a que, para una mujer que empieza a tener canas a los veinte, puede ser mucho más difícil asumirlas, ya que simbolizan una etapa del desarrollo vital que todavía no se ha alcanzado.

Que mi pareja sea una mujer también ayuda: las dos nos enfrentamos al proceso desde el mismo lugar, así que resulta más sencillo ponerse de acuerdo en que, si la cana es bella para una, lo es para las dos. Además, en nuestro caso, se da la coincidencia de que ambas pensamos igual.

Por si esto fuera poco, tengo el privilegio de contar con un buen número de ejemplos positivos a mi alrededor: mujeres empoderadas con sus canas al natural que me allanan el camino a seguir. Y no solo tengo ejemplos a mi alrededor, sino que creo que cada vez hay más, en general. Y eso nos ayuda a educar nuestros ojos, a re-acostumbrarnos a lo natural.

Con mis palabras, no obstante, no quiero minusvalorar otras opciones. Cada mujer debe ser soberana de su cuerpo y, estando como estamos tan atravesadas de privilegios y opresiones, resulta imposible valorar quién está más empoderada que quién. Y tampoco es ese el objetivo. El objetivo es abrir, entre todas, espacios de libertad, espacios donde poder respirar. A mí me gusta hacerlo honrando la naturalidad de mi cuerpo, pero comprendo que esa no es la única ni necesariamente la mejor opción. 

Tampoco las canas son la prueba última de nuestra libertad. Las canas son una más de las innumerables batallas que se libran en nuestro cuerpo de mujer. Tomar consciencia de ello es la condición necesaria para que la reconquista de nuestra soberanía, tome la forma que tome, sea real.


Y tú, que lees estas palabras, ¿qué opinas sobre las canas femeninas? ¿Crees que merece la pena dar la batalla o piensas que nuestro esfuerzo estaría mejor empleado en otro lugar?

Gracias por compartir tu opinión, sobre este y otros temas, a través de los comentarios o en tu propio blog o red social.

Y si crees que esta entrada podría interesar a otras personas, ¡no dudes en compartirla!

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Sandra
Sandra
4 years ago

Yo solo me he teñido dos veces en mi vida, y no tengo intención de hacerlo más… he visto toda mi vida como mi madre era esclava del tinte y yo no estoy dispuesta a pasar por lo mismo. Y las luzco orgullosa a mis 37 y sin importarme lo que piensen los demás.

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